Hubo en todas las épocas hombres de mar con los pies en la tierra, que mirándolo al atardecer imaginaron el modo de construir un barco que les sacase de allí, de aquella mentira, de aquella trampa.
Estos hombres de ocupaciones diversas tuvieron el mismo sueño, vieron un velero que navegaba cerca de la costa hacia una puesta de sol en un mar desconocido. Soñaron que lo seguían. Al final, tras unos bordos entre la neblina todos lo perdieron.
Después del sueño, buscaron aquel barco; no lo encontraron, pero se encontraron entre sí; decidieron construir primero uno a escala como en el sueño. En la disposición de la jarcia, la organización de la maniobra, carro de mayor, winches, cadenotes, cornamusas, candeleros, cada uno aportó punto por punto lo que recordaba del sueño justo antes de verlo desaparecer ante sus ojos.
Se establecieron por turnos en la costa esperando que una noche se repitiese aquella escena. Pero mientras construían su pequeña maqueta en miniatura, su significado no era el mismo de antes y lo que hasta ayer había sido un posible futuro suyo ahora no era sino un juguete en una botella de vidrio.
Ninguno de ellos, ni en el sueño ni en la vigilia, vio nunca más aquel barco.
La costa de su sueño la recorren ahora a diario para ir cabizbajos al trabajo, sin ninguna relación ya con la persecución soñada, que por lo demás hacía tiempo que estaba olvidada.
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