“Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo”.
JSG
Más allá de los tres cabos y siete mares mi barco se aproximaba por fin a tierra. En la neblina de la mañana se oye el caminar de una cadena oxidada que raspa contra el escobén; es el mercante que avistamos fondeado en la bocana a punto de zarpar,,, no parece haber ningún miembro de la tripulación en cubierta.
Un velero chapotea en silencio cruzando la proa desde estribor saliendo del puerto, la mayor izada sin rastro del patrón a la vista. A lo lejos, ruidosas gaviotas se disputan la pitanza en la popa de aquel pesquero, cuyos marineros sin duda se afanaban bajo cubierta.
El puerto está expuesto al norte y en la sombra; al fondo, como en un pozo.
“Los muelles son altos sobre el agua negra que golpea los cimientos, escaleras de piedra bajan resbalosas de algas.”
No se ve a nadie al llegar; la marina está repleta de barcos sin alma; solo el suave tintineo de las drizas se destaca en la quietud. En tierra se agolpan barcas embadurnadas de alquitrán, carenas por limpiar, escalerillas con ruedas, un palo con su jarcia listo para ser pinchado colgando de la grúa, rodillos secos de pinturas de todos los colores,,,
Sorprendido, la luz del bar del puerto me recordó la de otros bares de otros puertos donde una noche había sido feliz,,, ; inútilmente deseé amarrar para terminar con aquel mal sueño: preparé con cuidado la maniobra por babor, cabo por cabo, punto por punto,,, pero sólo pude seguir con los ojos cómo mi barco saliendo de puerto doblaba el cabo,,, contemplando fascinado, mi propia ausencia.